domingo, 5 de febrero de 2012

Algo después de Fitzcarraldo.







"Veinte años más tarde volví a Camisea buscando el rastro de mi trabajo con Kinski. (...) De nuestros dos campamentos no encontré ningún rastro, ni siquiera después de la búsqueda más escrupulosa, nada, ni un clavo, ni un poste, ni siquiera la marca de donde podría haber habido alguna vez un poste. La trocha estaba nuevamente cubierta de vegetación, como si nunca hubiésemos estado allí. Sólo si uno sabía por dónde habíamos subido el barco, se adivinaba que la vegetación era de un verde ligeramente más claro, pero estaba tan crecida como antes. Era mediodía y reinaba la calma. Miré a mi alrededor, porque todo estaba demasiado tranquilo. Reconocí la selva como algo familiar, que estaba dentro de mi, y supe que la amaba, aunque eso fuera en contra de mi buen juicio. Luego volvieron a mi palabras que habían estado dando vueltas, arremolinándose dentro de mi todos estos años: arcabuz, carta pastoral, noventa y uno. Aguafuerte, espíritu maligno, pan de caridad. Laborioso, borrasca, descomunal. Justo entonces me dije que quizás pudiera salvarme del remolino de las palabras.


Me di cuenta de algo, de un cambio que a su vez no era ningún cambio. Sólo que cuando trabajaba aquí no lo había notado: entre las chozas había por entonces una extraña tensión, una enemistad agobiante. Las familias casi no tenían contacto entre ellas, como si se hubieran peleado. Sólo que, de alguna manera, yo siempre lo había negado o pasado por alto. Sólo los niños jugaban entre ellos. Ahora, mientras caminaba por la chozas y seguía haciéndome preguntas, era casi imposible que una familia entrase en contacto con otra, el odio bullía innegablemente, como si entre choza y choza, entre familia y familia, entre clan y clan, reinara algo así como un clima de venganza.


Miré a mi alrededor, y en el mismo odio en ebullición se encontraba, furiosa y humeante, la selva, mientras el río, con majestuosa indiferencia y sarcástico desprecio, todo lo minimizaba: las fatigas de los hombres, la carga de los sueños y los suplicios del tiempo."



Werner Herzog




martes, 31 de enero de 2012

Tiniebla,




Déjame darte mis ojos
es la hora de la luz, de la locura,
de lo fugaz, del beso.
Te los regalo. Enmárcalos
cuéntales casi todo lo que has visto,
las canciones del mar, los países que inventan
los que nunca creyeron en los mapas.

***

He perdido todos mis sueños
pero sé quien los tiene.
Mi corazón es una pared en blanco
¿Por qué no escribes sobre él?


***

Déjame darte mis ojos.
alcánzame
luciérnaga
velocidad
quimera
voz.


***

He perdido todos mis sueños.





C